Hay quienes manifiestan que el futuro se les está escapando. Para mi, el futuro es como un enorme camión pesado que frena en seco en frente a mi cuando me le atravieso. Y que está a punto de atropellarme.
Hace treinta años, cuando era niño concebía no sólo el futuro, sino el cambio de milenio, como algo muy remoto. Años tales como 1984 ó 2001 me parecían holgadamente lejanos. Lo curioso es que en todos estos años, el futuro en el que piensa la gente no se ha proyectado más allá del milenio. Veo como si el futuro se hubiera estado encogiendo, año tras año, durante toda mi vida. El 2005 continúa siendo demasiado distante como para planificarlo y el 2030 demasiado lejano como para tan siquiera pensar en él. ¿Para qué molestarnos en hacer planes cuando todo va a cambiar?
Parte del problema es la manera como denominamos los años. Esos tres ceros del milenio constituyen una barrera práctica, una frontera tranquilizadora, gracias a la cual nos podemos aferrar al presente y aislarnos de lo que pudiere llegar. No obstante, en este futuro comprimido hay algo más que cronologías. Se siente como si algo grandioso estuviese a punto de suceder: Las ilustraciones gráficas nos muestran en qué forma van incrementando anualmente la población, las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono, el número de direcciones en el Internet y los megabytes por dólar. Todos estos aspectos se suman para conformar una línea asintótica al pasar apenas la raya al nuevo siglo: La Peculiaridad. El final de todo lo que conocemos. El principio de algo que quizás nunca comprendamos.
Pienso en las vigas de roble del techo del College Hall en New College, Oxford. En el siglo pasado, cuando se necesitaba cambiarlas por unas nuevas, los carpinteros utilizaron robles que llevaban sembrados desde 1386 cuando se construyó el refectorio. El constructor del siglo XIV había plantado los árboles anticipándose a los tiempos, a centenarios de años del futuro, en que se haría necesario cambiar todas las vigas. ¿Habrán sembrado estos carpinteros nuevos robles para reemplazar nuevamente las vigas dentro de un par de cientos de años?
Mi deseo es construir un reloj que haga tictac una vez al año. La manecilla del siglo avanzará una vez cada cien años, y el cucu cantará cada milenio. Quisiera que éste saliera todos los milenios durante los próximos 10.000 años. Si me apresuro en esta labor, acabaré de construir el reloj a tiempo para ver la primera salida del cucu.
Cuando les cuento a mis amigos sobre el reloj del milenio, hay unos que lo entienden y otros que no. La mayoría de ellos cree que no estoy hablando en serio o que, si lo estoy, es posible que esté atravesando una crisis típica de los cincuentones. Me parece estarlos oyendo: "Es buena idea, Danny, pero mejor ¿por qué no diseñas un programa de computadora para este efecto?" o "Quizás deberías más bien fundar una nueva empresa". Los que entienden el proyecto se han dedicado a generar ideas sobre determinados aspectos del reloj. Mis amigos ingenieros se preocupan por la fuente de energía que se utilizaría: ¿solar, hidráulica, nuclear, geotérmica, de difusión o de marea? Mis amigos empresarios se dedican a pensar en la forma de hacer de éste un proyecto financieramente autosostenible. Mi amigo Steward Brand, el escritor, ya está pensando en la organización que administrará el reloj. Es una prueba de Rorschach - extendida a lo largo del tiempo. El músico Peter Gabriel opina que el reloj debería ser un ente vivo, como un jardín, que marque las cuatro estaciones con flores de temporada, que lleve la cuenta de los años con secoyas y pinos. El artista Brian Eno cree que el reloj deber llevar su propio nombre, así que le dio el de "Reloj del Long Now".
Diez mil años - que espero sea la vida del reloj - equivalen casi a lo que ha durado la historia de la tecnología humana. Hay fragmentos de orfebrería que datan desde tanto tiempo atrás. En términos geológicos, esto es un abrir y cerrar de ojos. Cuando uno comienza a pensar en construir algo de tan larga duración, el verdadero problema no gira alrededor de su deterioro y corrosión, ni siquiera al de su fuente de energía. El problema real es la gente. Si a ellos no les parece lo bastante importante, se terminará rompiéndolo en pedazos; pero si llega a ser importante, se convierte en un símbolo y tarde o temprano, es destruido. La única manera de sobrevivir el prolongado paso del tiempo es que sea construido con materiales de gran tamaño y poco valor, como Stonehenge y las Pirámides o, de lo contrario, se pierde. Los papiros del Mar Muerto pudieron sobrevivir porque estuvieron perdidos un par de milenios. Ahora que han sido localizados y preservados en un museo, quizás estén condenados a desaparecer. Les pongo, cuando mucho, dos siglos de existencia.
La suerte que corren las cosas verdaderamente antiguas me induce a pensar que se debe hacer una réplica del reloj y luego ocultarla. La idea de esconder el reloj para preservarlo tiene sus propias consecuencias naturales, lo cual induce a Teller, el mago profesional, a sugerir sin ningún empacho: "Lo importante es realizar un documental muy convincente sobre la construcción del reloj y su escondite. Pero sin construirlo realmente. Eso echaría a perder el aura de mito a su alrededor si alguna vez fuese hallado" De cierto modo, Teller tiene razón.
Los únicos relojes que en efecto han sobrevivido al largo transcurso del tiempo (tal como el reloj de agua de "Su Sung" o el gigante reloj de arena de Uqbar) se han perpetuado en libros, ilustraciones gráficas y leyendas.
En el universo, la información pura es la que vive más tiempo. Los dígitos binarios perduran. Poco antes de que muriera Jonas Salk, tuve la fortuna de poder sentarme a su lado en una cena. Aunque no lo conocía bien, en conversaciones anteriores siempre me había alentado a seguir mis proyectos más místicos. Yo estaba seguro que a él le habría gustado el reloj del milenio.
Su respuesta me decepcionó: "Piensa en qué problema intentas resolver. ¿Qué es lo que realmente te estás preguntando?"
Nunca se me había ocurrido pensar en el reloj como un interrogante. Era más bien una respuesta, aunque no estaba muy seguro de lo qué me estaba respondiendo. Yo seguí hablando del futuro que se iba comprendiendo, de los robles. "Ah, ya entiendo", me dijo Salk. Quieres preservar algo de ti mismo, así como yo estoy preservando algo de mi al tener esta conversación contigo". Recordé esto unas semanas después, cuando él murió. "Asegúrate de pensar muy cuidadosamente qué es lo que deseas preservar", me dijo.
Está bien, Jonas; está bien, gente del futuro: aquí les presento una parte de mí que deseo preservar y quizá el reloj es mi manera de explicársela: No puedo imaginarme cómo será el futuro; sin embargo, el tema me interesa mucho. Sé que soy parte de una historia que comenzó mucho antes de lo que pueda recordar y que continuará mucho más allá de lo que cualquier persona pueda recordarme. Presiento que vivo en una época de cambios importantes y me siento responsable de cerciorarme de que los cambios produzcan algo bueno. Estoy sembrando mis bellotas, a sabiendas que nunca viviré para cosechar los robles.
Tengo esperanza en el futuro.
-Danny Hillis
(Publicado originalmente como "The Millennium's Clock" en la edición "Stages" de la revista "Wired" en 1995).
© Copyright Wired Magazine 1995
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